sábado, 12 de enero de 2013

Regalo de Melchor: De cuando fuimos animales, rockeros y héroes

Muy buenas, queridos amigos, soy el rey Melchor y vengo a hablarles del regalo que le he traído estos reyes a nuestro Equilibrista para que lo pueda colgar en el blog. Sí, ya sé que han pasado las fiestas y ya observo algunas miradas suspicaces y cejas arqueadas, pero no se confundan. Contra todo pronóstico, toda realidad por fantasiosa que parezca puede ser posible, si se articulan ciertos mecanismos, si no se deja estancar ciertos cauces de la imaginación.

Todo tiene un comienzo y el de nuestro amigo con esto del arte acontece con unos animalillos amantes de la música, que vivieron unas peripecias que les llevaron por todo el planeta y más allá, por todo el universo, ganando un concurso, buscando tesoros y hasta enfrentándose a un maléfico señor de las tinieblas. Ellos se hacían llamar "Los animales rockeros héroes" y la historia de sus peripecias se remonta unos veinte años atrás. Si seguís el hilo de este post, podréis acompañarme en este viaje en el tiempo...

Oler la madera de un lápiz recién afilado (Staedtler del 2), tocar los cantos rodados del suelo en el patio de mi barriada (losas de "chinitos"), sentir en los pies la lengua negra de la tierra húmeda (interminables aventuras en el gramón de mi campo) me transporta a otra fecha donde la imaginación estaba a flor de piel y lo visto en la tele, lo leído en los cómics y en los libros y lo inventado se mezclaba con la realidad. La frontera era a veces indescifrable e indistinguible.

¿Por dónde empiezo a contar esta historia? No va a ser fácil. A ver, los músicos de Bremen, esos son fundamentales. Los trotamúsicos más bien. Koki, koki, koki eres el rey del corral. Y las tortugas ninja por supuesto. Cómo no, las tortugas, modelando mi imaginación, que por aquel entonces era una masa hecha de gelatina, colores y centellas. Seguramente pasaría mucha parte del tiempo tirándome en patinete por la cuesta de mi bloque (qué grande la veía entonces, qué pequeña ahora), jugando con los coches, con los he-man y los gijoe, haciendo la tarea por las tardes (con bollycao o phoskitos en los paréntesis)... Supongo que me debió pegar fuerte esa serie, Los Trotamúsicos, (mucho más que el cuento, tenía una versión con ilustraciones de estilo demasiado realista que daban miedo) pues se me ocurrió inventarme a Los Animales Rockeros Héroes y hacer un libro con ellos. Digo hacer un libro porque así lo sentía yo, que aquello para mí era efectivamente un libro que yo estaba creando con mis manos y mi imaginación. El material no era de tapa dura ni con páginas en blanco, sino un cuaderno (de cuadritos) pero a ver quién me quitaba a mí la ilusión.

Tampoco de que mis amigos y yo fuéramos los protagonistas, aunque lo enmascarara diciendo que eran sólo la inspiración. David, Jaime, Hugo, Isa, Ana Belén, Manuel, Francisco y Aurora era el grupo original de estos Animales Rockeros y llevaban los nombres de mis amigos en la época. Un cóndor (me llegó al corazón un libro de ornitología para niños que me regaló mi tío), un león, otro león (mis amigos más cercanos, uno en la ciudad y otro en el campo, eran leones en la historia... ¿algún psicoanalista en la sala?), una delfín (que iba a todos lados con una piscina de agua portátil, pero misteriosamente sin ruedas), una cobra (poderosa atracción la de esta serpiente en mi imaginario infantil), un oso, un rinoceronte y una tiburón (también con su piscina). Pues resulta que estos animales se conocen y se dedican a cantar y a viajar por el mundo (ay, el influjo del gran Willy Fog) haciendo nuevos amigos y encontrando a un nuevo componente en la Antártida: el oso polar Ramón. El momento cumbre de la historia llega con un gran concurso en el que compiten contra otros grupos. Después de la épica final de rigor, se llevan el trofeo y lo celebran con una fiesta que al leerla ahora me sabe a los cumpleaños en mi salón.

El estilo era deliciosamente caótico como sólo un niño es capaz de hacer. Alternaba narraciones al uso, viñetas de cómic, cuentos a modo de entremés, constantes rupturas de la cuarta pared (sin tener ni la más marciana idea de lo que significaba esto, claro) o "fichas" con datos de personajes, lugares o juegos. Todo ello mezclado con dibujos generalmente cómicos, muy expresivos e hiperbólicos, chistes visuales, alteraciones del tamaño de las frases para dar énfasis...

¡TodO VAlíA! 

Reconozco que aún me avergüenza un poco ver la forma en que escribí esta historia, pero creo que ha llegado el momento de dejar de sentir así. Leer la novela "La ladrona de libros" (en la que Markus Suzak se permite recursos como las ilustraciones o esas peculiares "llamadas" enfáticas) me ha demostrado que no hay que ser tan ortodoxo. Por eso y porque creo que tiene que este modo de hacer las cosas tiene que ser un espejo en el que mirarme. Afrontar la literatura y por qué no, la vida, con imaginación, sin trabas ni máscaras, con los ojos del niño, viviendo al máximo lo que se está haciendo sin importar nada más y sin pensar a dónde puede llevar. Me sale una enorme sonrisa cuando leo ¿escucho? la letra de una de las canciones que salen en la historia: Estoy por Pi, una versión pajaril de Amistades Peligrosas. Viva la inocencia.

Tuvo éxito la aventura entre mis lectores (que creo que fueron tres: mi tío, mi amigo Jaime y una vecina que me dejó unos cómics de Mortadelo y cuando le hablé de esto sintió curiosidad) y estrené nuevos cuadernos de cuadritos para hacer las siguientes entregas:

-"La búsqueda del tesoro", en la que volvían a viajar por todos los continentes (cómo se nota lo que me gustaba -y me gusta- perderme en el atlas ilustrado que me regaló mi tío) en busca de reliquias que le permitirían conseguir un tesoro (¡ay, ese tío Gilito de Patoaventuras!) que más que otra cosa es la excusa para poner en marcha una nueva aventura.

-"Perdimos a Ramón", en la que aparecen por primera vez dos villanos: Esnayt y el Enano (con reminiscencias pierrenodoyunadanescas, de los gángsters de Los Trotamúsicos y del Dúo Sacapuntas) que secuestran al oso polar. Ramón que por cierto, acabará cambiando de nombre en una entrega posterior. Esto fue porque hice un nuevo amigo del cole en la vida real, Seba, y le cambié el nombre al personaje (¿el psicoanalista sigue por ahí?)

-"La exploración al espacio" (sic.) en la que el mundo se les queda corto y cogen una nave espacial para visitar toda la vía láctea y más allá (esto me da qué pensar, ahora el mundo se me hace tan grande). Es uno de mis favoritos porque los viajes están contados a modo de guías turísticas inspiradas en el programa de Canal Sur "Tal como somos". En cada planeta hay tres puntos clave: "para ver", "para pasear" y "para comer" (acompañados siempre de un dibujo) y aparecen elementos tan variopintos como "La Torre de Baba" o la basura asada de Mercurio, la calle de las orejas marcianas, los "espionadores" (resic.) de Urano, Jesús Neptunina, el Jesús Hermida de Neptuno, la gasolina azucarada del planeta Juguetelandia (con su correspondiente modo de preparación, vaya usté a creer). En Venus hay algo muy curioso y es que dice la guía que es un planeta muy parecido a la tierra, así que todo lo que se puede ver y comer en el planeta es igual a lo de la tierra. Al final del capítulo dibujé una horda furiosa en disposición de atacar al autor del relato. Snif, snif... Cuánto placentero daño me hizo F. Ibáñez. Otra cosa simpática de este episodio es que se disparan las "apariciones estelares", que son una constante en estos cuadernitos. Las tortugas ninja, Tiroloco, los Fruittis y, devolviendo la collá y reconociendo el homenaje, los Trotamúsicos, desfilan por las páginas de este episodio sin prejuicio ni temor alguno, sino con todo el cariño y un sentimiento de total legitimidad.

-El 5º se titula "Recuerdos" y es una retrospectiva del pasado de cada uno de los Animales Rockeros. Conoceremos por ejemplo que el cóndor David estudió en P.I.G.B. y tuvo una ardilla de amiga de la infancia, o que el león Jaime siendo estudiante batió el record de lanzamiento de jabalina (¿a imitación de Obélix en Las 12 pruebas de Astérix?) dando el proyectil vueltas por todos los planetas de la via láctea antes de aterrizar de nuevo en la tierra. Empiezan los cameos de héroes de acción como Cobra, Spiderman y Ironman. ¿Me estaría haciendo mayor? y que será un elemento clave a partir de aquí. Es curioso este recurso de volver al pasado porque es algo que suelen hacer las series cuando llegan a cierto punto y supongo que me influiría inconscientemente ese hecho. También imagino que este cuadernillo es el resultado de una exploración de mí mismo y de mi historia personal en lo que era en ese momento y en lo que estaba por venir. Otra vez: ¿me estaba haciendo mayor?

-Se notaba que el cuadernito anterior era un punto de pausa para la inflexión que estaba por llegar con "Los Super Rockeros". En este sexto episodio el grupo recibe un baño de mutágeno y es aquí donde llega la herencia de las Tortugas Ninja. Todos se convierten en mutantes a la manera tortuguesca, es decir son animales con anatomia humana. Siguen teniendo rasgos animales, pero ahora tienen tronco, brazos y piernas... más antifaz, traje de superhéroe y armas inspiradas en sus respectivos instrumentos musicales. Los animales de cuento infantil quedan atrás para dar paso a los superhéroes de cómic adolescente. No quiero hacer demasiadas interpretaciones psicológicas, pero probablemente estuviera entrando en la preadolescencia y los personajes cambiaron conmigo. También debió ser la influencia de las series que en aquella época estaban en el candelero y que me tenían flipado y pegado a la tele tarde tras tarde: Superman, las citadas Tortugas Ninja, los caballeros del Zodiaco, y mi amada Bola de Dragón (que evolucionó en Bola de Dragón Z, que era más seria y menos cómica). Esta última fue la que más me dejó huella y se nota porque los Super Rockeros lanzan ondas vitales y otros poderes energéticos, amén de varias técnicas de artes marciales (siempre con el toque animalesco-musical). Esta es la primera y única aventura de los Rockeros que no es autoconclusiva (se me hace super-raro hablar en estos términos de mis cosas de niño, pero es que es así), pues continua en el siguiente librito.

-En la aventura anterior los ahora Super Rockeros conocerán a su más terrible enemigo: el Señor del Mal: un monstruo con aspecto de dragón (o lo que mi infantil habilidad con el lápiz intentaba representar como un dragón) de siete cabezas, ocho brazos e incontables piernas, que destruye las ciudades y monumentos (de nuevo el atlas) de la Tierra. Como diría mi madre, me pregunto qué se le infunda a un niño para crear al enemigo de los enemigos, el más malvado entre los malvados. Supongo que es lo mismo que se le infunda a todos los contadores de historias desde el principio de los tiempos: es la encarnación suprema de todos los males, los miedos y las pesadillas. Pero también es la excusa que lleva a los héroes a ejercitarse para ir más allá de sus límites. Con el 6º volumen y el 7º titulado "La última Aventura de los Super-Rokeros contra el Señor del Mal" consideré que había llegado a un techo con estos personajes que, no ya no me servían para poner de relieve mis inquietudes. y que había que pasar página pero poniendo en el asador toda la épica que había aprendido en la tele. O al menos toda la que me permitían los personajes (pese al paso a la madurez, la acción y la seriedad, no dejaba de haber comedia y disparates) y mi habilidad escritora. Tampoco cesan los cameos (ET y su familia) ni la ampliación de la familia rockera (se agranda el grupo de tal forma que parece la Legión de Superhéroes) lo que era un reflejo del crecimiento de mi círculo escolar. No contaré el final pero ya os imaginaréis que la lucha contra el Señor del Mal fue muy emocionante.

Todo esto me revela que yo también, aparte de dejar salir todos los ricos estímulos que me llegaban de la tele, estaba en un continuo ejercicio de búsqueda y de exploración de mi creatividad y de mí mismo, a ver hasta donde podía llegar. Supongo que por eso los Rockeros viajaron por el mundo primero, por el espacio después, más tarde mutaron, que es lo mismo que decir que crecieron y se enfrentaron finalmente al más terrible enemigo. Podría decir que en ese cambio final hubo una especie de rito de paso, muchísimo más satisfactorio e instructivo que tragarse aquella galleta de hoja en la iglesia el día de mi comunión.

Lo he contado todo muy sesudamente (deformación profesional, perdonad), pero tampoco quiero engañaros. Todo sea por analizarme y explorarme y por buscar a aquel niño que fui. El cariño que siento por estos cuadernitos, ¡mis primeras obras!, hace que me cueste hacerles críticas. ¿Qué puedo decir? Se nota que lo escribía para mí, para reconocerme yo mismo en muchas de las bromas, para pegarme el gustazo de guardar esos libritos en la estantería. Mi obra completa con poco más de diez años. ¡Toma ya! Hay evidentemente muchas lagunas, disparates, tramas que se quedan colgadas, etc. Pero es un cuento de un niño y no se le puede poner ante el cuchillo de un crítico literario. Al contrario, hay que buscarle el valor por lo que yo decía arriba, por eso que me hace estar orgulloso de haberlo escrito y de tenerlo guardado todavía en una carpeta para rescatarlo, recordarlo y releerlo en días como el de hoy.





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